lunes, 29 de noviembre de 2010

Dejar de fumar, un segundo


Hoy, hace un año que dejé de fumar. Ya no tengo los dedos amarillos, mis dientes están más blancos y ahora mis catarros duran cuatro días en lugar de 16. Tengo mejor color de cara, puedo subir 20 pisos por las escaleras sin cansarme y puedo estar en un centro comercial mirando tiendas tranquilamente, sin sentir ese demonio dentro de mí que me pedía salir a la calle constantemente para encender otro y otro y otro y otro y otro cigarro más. Hoy, hace un año que no tengo que darle explicaciones a mis pulmones, discutir con mi sentido común, ni convencer a la gente que me rodea de cosas, que ni yo mismo creía y hoy, hace un año que soy libre. Libre, porque he dejado de meterme en la boca 7.500 cigarros que, a razón de diez caladas por cigarro hacen, 75.000  veces que he dejado de respirar humo con su correspondiente alquitrán, nicotina y resto de sustancias venenosas. A mi vida han regresado olores perdidos 20 años atrás y ahora, la comida me sabe más rica. Por si fuera poco, he ahorrado 1.200 euros que, a lo mejor, me gasto en una tele de 40 pulgadas. Y todo esto, que yo sepa porque, además, según los médicos, las mejoras para mi salud son innumerables. Pero lejos de estadísticas y celebraciones, ahora lo veo mejor, ahora estoy en el otro lado. Cuando observo a la gente que fuma me doy cuenta de lo terrible que es el tabaco para la humanidad, está claro, el tabaco es el cáncer del mundo, pero del mundo de los humanos. Tantas personas en todos los lugares con el cigarro en la mano haciendo siempre lo mismo, a todas horas, me hace pensar que el ser humano es tan pobre de inteligencia que, ni el más tonto de los animales. ¡Cómo si no se explica que éstos huyan del humo y nosotros por el contrario, lo metamos dentro de nuestro cuerpo!. Nuestra capacidad de razonar también es nuestra capacidad de convertirnos en idiotas. Idiotas que se transforman en adictos a un ritual tan absurdo y estúpido, como encender cigarros y fumarlos. Sí, ya se que diréis que el tabaco es más que todo esto, que tiene ciertos componentes que lo hacen muy poderoso, y que   genera una dependencia física muy difícil de superar y bla, bla…y bla, bla… Tonterías, que me perdonen los fumadores por llamarlos idiotas, pero lo son, como yo lo he sido durante más de 20 años. Si durante esos 20 años yo hubiese sido un perro o un gato, nunca hubiera fumado. Esto es así y no existe argumento que me pueda demostrar lo contrario. La inteligencia racional de la que los animales carecen, y que en teoría nos hace superiores a ellos, es la única responsable de que fumemos, por eso, es esa misma inteligencia la que tiene que superponerse a la adicción, psíquica o física. Yo no pretendo que este artículo sea un tratado para dejar de fumar, ni el discurso excesivamente exultante de un ex fumador que quiere dar clases de nada… a los fumadores. Solo quiero aportar mi grano de arena y que mi experiencia sirva para que alguien, como yo, pueda acometer con éxito la empresa de  abandonar el hábito del tabaco. Dejar de fumar no es tan difícil como lo pintan, creerlo así es un error como tantos errores y falsas creencias hay en la vida. Es más, dejar de fumar es muy sencillo. Lo de la adicción, el mono y todo eso, es una chorrada. Solo dura unos días. ¿Quién no es capaz de estar unos días agobiado? Una gripe dura una semana y nadie se muere. Un dolor de muelas puede durar ¡meses! y nadie se muere. Una mala resaca es peor que el peor de los días que duró mi síndrome de abstinencia. Algunos tenéis resaca todos los fines de semana…Pero claro, es muy fácil apoyarse en la excusa de que el tabaco es una adicción universal, que si tantos millones de personas no pueden dejarlo por algo será, etc, etc. Yo voy a exponer mi teoría, el que quiera creerme no hará sino dar su confianza a los pensamientos de otro, cosa que, por cierto, hay que hacer de vez en cuando: “El hábito del tabaco es un cable suelto en nuestra cabeza, solo hay que encontrar ese cable y enchufarlo”. Se tarda un segundo en hacerlo. Ese es el tiempo que yo tardé en dejar de fumar.